OPIOIDES MY LOVE

Un día raro. Todo iba en reversa. Esa tarde salía agua negra del grifo. La luna era un triángulo. No encontré mi calzón favorito. El smog golpeaba con furia. El café se enfrió más rápido de lo normal. La ciudad estaba encabronada.

No deberían de existir los noticieros. No podía dejar de pensar eso. No deberían de existir los noticieros. No deberían de existir los noticieros. Como si una anfetamina me hubiera tatuado esa frase en mi cerebro…No podía dejar de repetir esa frase. No deberían de existir los noticieros. No deberían de existir los noticieros. Luego dudé cuantos años tengo, llevo días que se me olvidan cosas, ojalá no sea un tumor.

Jenny estaba por llegar y yo estaba hecho una mierda. Tenía una cruda imposible de creer. Tormenta en mi mente: saldos, pagos, entrevistas de trabajo, mensajes sin contestar, cartas de bancos y abogados, recoger cupones de comida, una guitarra abandonada, el caos del universo metido en mi depa. Mierda por todos lados como si fuera un planeta de ratas.

Un día raro. Dejé de sentir mis dedos de las manos y me entró la duda cómo sería el resto de mi vida si ya no los volvía a sentir. No pude recordar porque Jenny iba a llegar, sólo leía su aviso en un mensaje de texto. No podía recordar si venía a coger, a pedirme dinero, o darme tres madrazos y buscar  pastillas o algo de comida en el refrigerador. Pensé que quizá tendría una prueba de embarazo en su mano mientras con coraje gritaría maldiciones, y empecé a preparar excusas, a tratar de recordar condones, cirugías, cosas que me salvaran. Correr. Huir de todo…tomar el tren que me lleve al final de las vías y de ahí bajarme y agarrarme a chingazos con el primer oso que vea. Empinarlo a putazos en el hocico, que se haga el muerto, que mis gritos de ansiedad lo maten de sordera. Que me pida piedad. Chingado.

Me asomé a la calle, los vagones del metro estaban vacíos. Las banquetas llenas de personas que iban vestidos de blanco. Se me antojó mancharlos de sangre o de mostaza del Whataburguer. Caminaban de reversa, con el pecho alzado, erguidos, orgullosos, altaneros, seguros, vendiendo Bitcoins. Peleaban por no pisar la calle vacía, se empujaban con los hombros, pero no levantaban la mirada. Nadie mira ya a lo ojos.

¿Y si Jenny solo quiere venir a coger? ¿Y si por esta cruda de mierda no se me para? ¿Y si digo otro nombre cuando le chupe su hombro?  Me trago dos OxyContin de 80 mg. Se me quitan los temblores, el sudor, el miedo, todos los dolores del universo desaparecen. Aparecen los colores, el valor y la música de un saxofón erecto. No siento nada. Es mi paraíso particular.
 
Tengo que ver abajo para saber si estoy erecto, por si es neta que Jenny solo viene a coger… Miro las paredes, recuerdo a Jenny, me dejo caer en el sillón, voy en cámara lenta, no entiendo porque alguien con ese culo quisiera coger conmigo, al chile. Alguien como Jenny, alguien como yo cagándola-triunfando descomunalmente en este mundo.

Opioides my love. Que la doctora si entregue la receta. Que el dude consiga el frasco. Que el dolor no vuelva. Que no se me hinche nada más que el pito. 

Que no me muera al menos hoy. Veo la mierda acumulada en este depa miniatura y no sé cómo llegué a esto. Si estoy en las primeras seis horas después del Oxy pudiera darte una respuesta un poco creíble. La neta, es que sigo sin sentir los dedos de mis manos, pero si tengo una erección y alguien está tocando en mi puerta…La realidad es que me da miedo dar el siguiente paso, ojalá fuera más fácil respirar. Ojalá Taylor Swift…no nada olvídalo.

Kato Gutiérrez, © 2023

Memorias aleatorias de cuando nos besamos en Brooklyn

Estábamos Pete y yo caminando en una banqueta de Brooklyn. No teníamos ningún plan. Solo teníamos dinero y eso nos molestaba. Se lo regalamos a un vato que estaba tirado en una esquina. Fue bien pinche raro porque pensó que lo íbamos a madrear, y yo me sentí sacado de onda porque nunca había hecho eso. Pensé dos segundos en eso, luego no supe que mierdas decir. Ni al vato, ni a Pete, de hecho mi mente se quedo en blanco, un blackout momentáneo.

Un aire frío con odio zumbó en mis uñas, y me acordé de los cobertores que usaba mi abuela, de cómo mi abuelo prendía leña todos los sábados sin saber quien iba a llegar. El fuego atrae a las personas, me dijo. Yo siento fuego en la lengua. Ni el aire me la enfría. Necesito meterla en la boca de una mujer hermosa, de una güera.

Sonó una sirena de una patrulla que pasó a mil millas por hora, Pete me dijo que iban por mí, por andar sin papeles, al chile me vale madre. Ya no sé donde quiero estar. Le contesté que iban por un dealer, él me dijo que de seguro el dealer era mexicano, yo con tono sarcástico le dije que era ruso y se quedó callado.

Con el mejor inglés que pude le decía a Pete que es una mamada que ahora cualquier cosa que publiques a alguien le va a cagar el palo. No encontré una traducción para la última frase, pero el cabrón me entendió, es de Montana, crecer entre el frío y la soledad de ahí lo hicieron fuerte, o pendejo…O a lo mejor de todo se ríe. Dice que nunca ha salido de Estados Unidos y eso me da un chingo de risa. Dice que no sé sabe los países de Europa y eso me recuerda  a mi maestra Alma, de cuarto de primaria A (San Juan Bautista de la Salle, ruega por nosotros), que sobre la chingada, bueno, a base de manotazos, nos hizo aprendernos todos los países del mundo con sus capitales, ahora ese conocimiento sólo me sirve para saber que un chingo de esos países están en guerra. No mames, me interrumpe Pete, es la única frase que se sabe en español, pero la dice bien. Y a mí siempre me gusta contestarle ¿No mames, qué, pendejo? Y él ya está cagado de la risa para cuando termino la pregunta…A veces, si ando pedo, le digo mámame esta, aunque se tardó meses en entender esa respuesta.

Entramos a un bar pequeño con música en vivo, aluciné que esa banda sería famosa en unos años, traté de escuchar las rolas, fingir que me estaban llegando, pero no, y pensé que de eso se tratan las carreras de los músicos, ¿no? De ser una mierda en la que nadie cree, a de pronto, una rola después, ser los mas chingones del puto planeta entero, sólo por un acorde diferente, una pisada que dio por error el guitarrista, un tono no esperado del bajista, la línea nueva que escribió el vocalista porque su vieja lo acababa de cortar, o en la audiencia y por error, un ejecutivo con puesto clave en la industria de la música…Y así. Pero hoy estos vatos son una mierda, por más que quiera tratar de captar si es el nacimiento de los nuevos Counting Crows o o alguien como los de The Revivalists, no siento nada, no pasa nada, solo hay ruido. 

Al terminar una rola, Pete me preguntó que si sabía jugar béisbol, obvio le dije que sí y que me la pelaba. Obvio que nuca he jugado. Me contó que hay una cuenta en Instagram donde están los videos de las primeras pichadas de celebridades, así lo traduje yo, nadie le atina al catcher. Yo le dije que había otra cuenta con fotos de personas bien pinches raras que iban a Walmart en la madrugada, no mames puro pinche freak. Obvio la abrimos en ese momento y nos cagamos de la risa. Al chile, nos estábamos riendo como pendejos.

No me acuerdo cómo conocí a Pete. No tengo dinero para pagar el whisky caro que me estoy tomando, yo quería una cerveza. Tengo un chingo de frío. No sé cómo regresarme a mi depa. Me da un huevo de curiosidad saber porque llegué a esta ciudad. Hace unas semanas vi un reel que decía que todo pasa por algo, y me cagué de la risa, espero que nadie crea en eso. Estar en Brooklyn hace feliz a Pete, dice que es la ciudad más grande en la que ha estado en su vida. Yo quería estar en una playa. Yo quería meter mi lengua en la traquea de una mujer hermosa. Yo sólo quería ver el sol.

Unos segundos después, o meses, estoy en un sótano de un templo de los Hare Krishna haciendo fila para que me regalen un plato de comida, me sirvieron unas cucharadas de un alimento aguado y por poco me vómito, olía a tela podrida; pensé que en un McDonalds por dos dólares puedo recibir más. Yo que en algún lugar del mundo tengo estacionado un Porsche. Alcanzaba a escuchar cánticos a su dios. Al monje, o no sé si era monje, tampoco si era mujer u hombre, no le entendí el nombre de su dios…me quedé pensando cuántos dioses habrá, cuántos dioses nos inventamos y ahí, ajá, justo en ese preciso pinche y ojete momento apareciste en mi mente. 

No podía ubicar hace cuántos meses nos besamos en Brooklyn, pero sí estoy seguro que me gustaría verte y hacerte tantas cosas. Quizá provocar un silencio mientras sentimos el frío. Ver lo delgada que estás y esa cadera ancha.Y en ese silencio quedarme alucinado por cómo se filtran rayos de luz en rincones inesperados de tu cuerpo. Yo me encargo de la verdad, tú de mirarme. Revolvamos los años. Ojalá te viera, me gustaría decirte tantas palabras con mis manos.

No hay motivos para creer en algo. La esperanza se va extinguiendo con los recibos de la renta. El día dura cuatrocientos cuarenta y cuatro años. Mis ojos en blanco, tú belleza ciega. Mi memoria es mi futuro. Hay una canción de estrellas que no sale de mi cráneo. Recuerdo una playa y tu lengua chupándome la oreja.

Kato Gutiérrez, ©2023

Macetas

Iba en una carretera de Nuevo México conduciendo un convertible viejo. Era un momento que durante años había imaginado. A los lados había montañas como películas de Disney. Se me antojó prender un cigarro cuando en el radio viejo sonó una canción de The Cars, no recordé el nombre, pero me sentí bien, como si mis costillas sonrieran, pensé que sería genial que esos músicos supieran el momento que me habían provocado.

Estaba a punto de pensar, por primera vez en mi vida, que estaba viviendo un momento feliz cuando un camión enorme me rebasó, salió de la nada, reventó su claxon, treinta y cuatro coyotes quedaron sordos y a mí me pegó un susto que por poco me cago.

De estar a punto de rozar la felicidad, mientras recuperaba el carril de la angosta carretera vieja, pasé a pensar que me gustaría tener tiempo para ir a comprar macetas una tarde cualquiera. No sé si es porque estaba en medio de un desierto en donde todo era color rojizo o porque de plano soy un puñetas enorme. Me gustaría tener certeza de algo aunque fuera insignificante. Y así, ya te imaginas la mierda que fue llenando mi mente. Yo era el mismo, el auto también, la carretera sacada de la película de Forest Gump, pero ahora mi mente no era mía. No sé si te ha pasado o yo soy el raro.

Quisiera un día en donde el tiempo corriera lento.
Un faje en que cada centímetro durará una hora.
Que el sol se quedara atorado en tus labios.
Que pudiera recordar lo que soñaba a los doce. 
Alejarme de quienes hacen promesas a lo pendejo.

Conocer tu risa despreocupada.
Jugar con nuestras piernas en mi montaña, la luna arriba y el fuego a un lado.
Pero no tengo tiempo ni para las macetas. Ni para mí, ni para odiar. Ni para recordar el pasado.

En París hay invasión de piojos, mis oídos tapados por tanta mierda que filtran. Hay guerras sin fin. Hay guerras nuevas. Todos somos unos pendejos.

Sigo sin macetas. A veces no hay agua en mi ciudad, ni en el mundo. A veces estoy deshidratado y una nube me roza.

Truena la llanta del convertible viejo. Giros. Vuelcos. Acabo vivo empapado de tierra roja. El convertible rojo en fuego amarillo a unos metros de mí. El sol se ensaña con mi nuca, hay días así. Hay un cactus que parece que está pintando un dedo. Escucho unos balazos e imagino un ranchero de Arizona disparando a lo pendejo mientras escupe artículos de su constitución y su cuello rojo está a punto de reventar. No siento mis piernas, me arrastro mientras hormigas se meten a mi nariz. Mis macetas no tendrían hormigas. Un correcaminos pasa burlándose de un coyote viejo. No tengo fuerzas para contarle el chiste al animal. No sé si en realidad era un chiste. No puedo hablar, tengo lodo en mi traquea, tierra que una vez fue mexicana, hormigas invadiéndome. Autos pasan mientras los pasajeros ríen escuchando algo country. Mis costillas que hace unos segundos reían ahora me destruyen los pulmones. Pensé que nunca me había parado de manos. Me prometí que nunca iba a dejar de respirar.

Kato Gutiérrez, © 2023

AEROPUERTO 72. TERMINAL 50

Ninguno de los dos debía de estar ahí en ese momento, en ese lugar, en ese aeropuerto.
El vuelo de él llevaba seis horas de retraso. Ella estaba en la terminal equivocada. A veces la vida es un enjambre.

Toda la ropa de ella de color negro, de seguro para que contrastara con lo blanco de su piel y las toneladas de zafiros que se le habían metido a sus ojos. Tacones altos con un traje sastre y un perfume que tenía saliva de ángeles. Ella camina con la prisa de quien sabe que el éxito está en la siguiente puerta. La mirada hacia el frente clavada en la nada, como si no existiera otro ser vivo en el planeta.

Él está parado en medio del pasillo, distraído, para variar diría su padre, frente a la terminal cincuenta viendo por quincuagésima vez con la boca abierta el anuncio en la pantalla que decía “Vuelo retrasado”.

Ella sale de la nada, como las diosas, como los regalos, como el sol. Él apenas y puede girar su cuello y colgar sus ojos en aquella frente blanca, la más hermosa del mundo. Él que es corto de palabras no comprende porque su boca está emitiendo unos sonidos y le dice:

– Mataría por ti.

Francés, de seguro me va a contestar en francés. ¿Por qué no hay palabras que signifiquen lo mismo en todos los idiomas? En ese momento, en las bocinas del pasillo que está infestado por seres humanos suena Claire de Lune de Claude Debussy. Con esas notas perfectas del piano y del violín empieza a caer lluvia color rosa, los ventanales de la terminal se llenan de humedad. T o d o s  S e  M u e v e n  En C á m a r a  L e n t a. Todos. Todo. Todo menos las células de él, de quien aún no sabemos su nombre. Contra todo pronóstico, debido a la belleza de ella, y los extraños juicios que hace la humanidad en la actualidad, ante todo lo improbable, ella se detiene y lo mira. Ajá, así de loco. Una mujer como ella, detiene su andar, gira su cabeza para voltear a ver a alguien como él:

– No me gusta la violencia.

En silencio, digamos en esos diálogos mentales que tenemos, él no para de decirse que ha sido un pendejo enorme. Pendejo. Pendejo. Pendejo. Sin embargo, tiene una sonrisa escondida atrás de su mandíbula porque desconoce de donde mierdas obtuvo coraje para hablarle a alguien como ella, a quien que parecía no caminar, sino, flotar. La diosa de los miles de zafiros en los ojos. Hablarle a alguien que era tan improbable que apareciera en su vida, alguien tan imposiblemente hermosa, quizá es algo de la poca magia que sucede en los aeropuertos. Ella que deja estela de seres humanos devastados admirándola.

– Moriría por ti.

– ¿Qué tienes tú con la muerte? ¿Esa esa tu mejor línea para llamar mi atención?

Ella da otro paso, se aleja un poco más y la oscuridad va llenando el espacio.

– No sé ¿En serio? Que necio entonces.

Ella sonríe mientras gira sus manos apuntando sus palmas al cielo, atrayendo relámpagos azules. Y es ahí mismo cuando él, por más pendejo que está, por más solitaria que sea su vida, ahí es cuando capta que tiene un mínima posibilidad de extender la conversación. Porque por más tímido que es, sabe que cuando una mujer sonríe, miles de estrellas explotan. Tan ínfima la posibilidad como encontrar un grano de arena azul en el desierto más mierda que te puedas imaginar. Una sílaba más que le saque de esa boca recta, precisa. Una mirada que le robe. Algo, maldita sea, algo que salga de ese cuerpo inmaculado. Aunque sea unas gotas de saliva.

En un congestionamiento de dudas e incertidumbre da un paso corto, o quizá  ella se detiene sorprendida. Se acercan, él se enamora al instante, ahí mismo, claro que sí, sí hay amores así.

– ¿Entonces no sabes qué decir? Tienes un segundo para decir algo

El estático. Mudo. Hecho un puñetas enorme.
Suena Hey now de Romare, vaya que hay buena música en esa terminal.

Ella tiene que tomar un vuelo largo a Estocolmo porque va a recibir el Premio Nobel de Química por la construcción de un complejo modelo molecular que ayudará a la industria farmacéutica a encontrar diversas maneras de prevenir enfermedades relacionadas con la perdida de la memoria.

Él va a tomar dos vuelos más, el último lo dejará un pueblo ojete del sur del país donde su viejo esta muriendo y a quien tiene años de no ver, porque a veces el rencor provoca demencia.

Ella viene del hotel más lujoso del centro de la ciudad donde pasó los últimos cinco días dando ruedas de prensa en el piso tres, y luego subiendo en elevador hasta el penthouse del piso cuarenta y cuatro en donde pasaba las horas sola repasando su tesis, como si aún no hubiera ganado el premio, como si la humanidad dependiera de su descubrimiento. En esa suite presidencial no podía dormir, hay proyectos que roban el sueño para siempre, sentía lumbre en sus venas, pero estaba sola. Solo charlaba con los empleados de limpieza, que resulta que dos eran hispanos, mexicanos para ser más precisos, y una mujer joven de Zambia, que llegaban a la suite por la mañana y por la noche, y por el mesero, del cual nunca supimos de donde era porque nunca emitió ningún sonido, solo le llevaba al medio día una ensalada caprese, con la vinagreta a un lado, y por las noches una ensalada de betabel con espinacas, naranja y miel orgánica.

Él viene del suburbio sur de la metrópoli, donde caminar siempre es peligroso, donde no llegan los taxis. Donde el sol pega más inclinado, con más rencor. Ahí tiene un trabajo que no recuerda el día en que lo aceptó, a veces la vida se ensaña. Viene de ese lugar en el que los días le pasan sobre el lomo y ni si quiera se entera. No cuenta los pocos billetes que le llegan a sus manos porque rápido desaparecen. Digamos que viene de donde le había tocado estar. Ahí donde la vida se lo comió todo. Ya trae cuatro décadas en sus piernas y no tiene idea que hace en este mundo.

Ella sigue alejándose con pasos lentos, está cansada de este tipo de interacciones necias y groseras, aunque hoy este hombre no ha dicho mucho. Repentinamente se detiene, lo mira a los ojos y encuentra algo diferente en la mirada triste de él, quizá por eso sigue ahí cerca…aunque sea por unos segundos.

Suena un anuncio grabado sobre la seguridad del aeropuerto que interrumpe la música de pianos, violines y saxofones que sepa la chingada porque sonaban en una terminal como esa. El ruido molesto de una campana electrónica, o más bien como un despertador le recuerda al hombre los pocos segundos que le quedan de la vida de ella.

Sabiendo que todo sería como siempre, o sea de la mierda, o sea volver a su pequeño cuarto a la soledad de esa puta ciudad, volver a las deudas, al piso con polvo eterno, a las sopas instantáneas, se dejó llevar.

– ¿Qué harás cuando te mueras?

– ¿Estás obsesionado con la muerte?

– ¿Tú con esta vida?

– ¿Qué harás cuando te mueras?

– No sé.

– Ves, ahora tú eres la que no sabes.

Ella ríe con desdén y hace un gesto con sus manos expresando menosprecio.

– Yo te cuidaré.

– No necesito que nadie me cuide.

Ella pierde interés, se aleja un paso más.

– No hay nadie que nunca haya amado

Pum. Explosiones de silencio. Ella ancla sus tacones y abre más sus ojos. Chista con la boca con algo de sorpresa, ladea un poco su cabeza hacia la derecha y lo mira de la punta de los cabellos hasta los zapatos, suspira un poco sin darse cuenta, pero él si lo notó porque la soledad te hace experto en detectar cosas nuevas.

– ¿Crees en los milagros?

– No, soy científica

– ¿Y qué llevemos hablando más de diez segundos entonces qué es?

Otra sonrisa robada.
Ella recuerda cuando su abuelo le enseñó a prender fuego tallando dos pequeñas ramas. Ahora resulta que este desconocido sonríe como su abuelo. Sacude un poco la cabeza para no sentir nada y tratar de ordenar las ideas.

– Traes los zapatos sucios

– Tienes la frente más hermosa del mundo

– ¿Qué dices?

Otra sonrisa robada, ahora acompañada de una expresión de sorpresa que deja descubierta su lengua color rosa claro, y se alcanzan a ver unos dientes que lanzan rayos de luz. Ella trae un perfume que va destruyendo moléculas de oxígeno. El tiene más de quince años de no usar ninguna loción.

Un silencio incómodo. Dos silencios incómodos. Tres silenc…pero no dejan de sonreír y mirarse directo a lo ojos. Él no sabe que hacer. Duda en si pedirle su número de teléfono, su perfil de Instagram o su nombre.

Ella por primera vez en décadas no está  pensando en nada, se perdió en los desiertos de los ojos color miel de él, por milésimas de segundos, pero está perdida, estática. Él también está perdido, pero sí sabe porque.

– ¿A todas les dices lo mismo?

– ¿A todos lo miras así?

Otro silencio incómodo. Segundos callados. Otra sonrisa que se roban. Él no puede creer que le esté sucediendo esto, pero a fin de cuentas nunca pasa nada hasta que pasa. Cientos de personas con prisa y sin vida caminan al lado de ellos. Algunos observan de reojo lo raro que está pasando ahí: Una mujer como ella hablando con alguien como él.

Los dos dicen algo al mismo tiempo, las palabras se empalman, y no entienden nada. Él ríe con nervios, el caos de la realidad se le apareció como tren bala. Traga saliva. Se le sube el corazón a la lengua. Dicen algo otra vez ambos al miso tiempo, no sé entienden nada, de plano ella mejor sonríe y se aleja, menea su mano diciendo adiós pero no lo deja de mirar, él apenas puede respirar…Quizá fue toda la tristeza del universo que ella vio que se le estaba metiendo al pobre hombre, pero para sorpresa de todos, ella gira y se regresa. El hombre sabe que es su última oportunidad y agarrando valor de hasta de abajo de sus uñas apenas murmura: 

– Si me miras bien no somos desconocidos

Ella sonríe con los ojos, le dice algo al oído, se da la media vuelta y se va.

Kato Gutiérrez, ©2023

Noventa y tres días para morir (Una pecera mentirosa)


Noventa y tres días para morir.
No me importa el color de tu cabello, ni si usas desodorante, yo huelo tu ovulación.
La onda no es a gritos, es a susurros, a besos, a miradas, a manos heridas dibujando.
La onda es sin prisa.
Cuatro punto cinco millones de pesos. Doce puntos en el Down Jones.
Una estrofa de Fito.
Noventa y tres días para morir. Un taco al estilo Baja, con camarón empanizado.
Fabi, vení.
Los perros ladran. Los pájaros no vuelan sobre el mar.
No sé. 
Un lienzo manchado con tus deseos.
Mis ojos me los perdieron unos hongos.
Que el hubiera fuera el presente.
Que los alemanes hicieran autos baratos.
El aire a veces mata. Los salmones brincan en ríos secos con mierda en las piedras. 
Tragamos mierda. Del baño a tu vaso. Bienvenido a Tulum.
Baños de hielo. Baños de orina dorada. Cuartos saunas. Agua caliente.

¿Cómo se llamaba el primer humano que prendió fuego? Lo hubiera patentado.
Te robaron los condones. Nunca fue el Valet.  Nunca estamos tan pedos. Nunca somos tan felices. 

El estómago vacío. Las bolsas del pantalón roto. Nadie cree en nada. Nadie cree en mí.
Esos ricos que solo tienen dinero y el ego atorado en su traquea.
Esos pendejos que el día primero de enero hacen fila en la madrugada para pagar sus impuestos.
Olvidar el arte de fornicar en el piso sin joderte las rodillas. 
Escribir en el aire un poema. Dibujar un dragón en el antebrazo. 

No saber que eres un pendejo. No saber que la tormenta eres tú.
Cuarenta mujeres por día destinadas al piso catorce. A embarrar sus pechos a la plancha vertical fría que se traga esperanzas.
Siempre quiero comerme tu boca.
¿Qué le iba a decir cuando me preguntó si era feliz mientras se ataba su cabello en un chongo, irreverente, descompuesto y sensual?
¿Dónde acaban los cantantes aburridos? ¿A todos les acaban poniendo su nombre a una calle jodida de su ciudad natal? 
Noventa y tres segundos para morir. Cuéntalos…..

Quiero tener una pecera enorme, ostentosa, que cueste una fortuna, pero que no habite ahí ningún pez, molusco, ni nada y así sentir que salvo algunas especies marinas y de pasada me sirve como un espejo hiperrealista y mamón, y que mientras esté ahí parado, piense en los pendejos que contaminan el mar, en los que van al fondo del océano, en los que cazan ballenas, en los que viajan al espacio, en los puñetas que quieren colonizar la luna. Habría muchos pendejos en quien pensar, me faltaría vida, pero me ayudaría a no pensar en mis cagadas o en las cagadas que me han hecho. Mejor pensar en cagadas colectivas o ajenas. La viga en mi ojo no existe. Nada existe en mí. Estoy hueco, pero lleno de soles.

Pienso en las personas que hacen los supositorios y me pregunto cuántas veces al día se les antoja rascarse el ano o meterse los dedos a la nariz.

Tener una pecera mentirosa, que me genere ilusiones, que imagine prismas, que me engañe, que invente mundos. Noventa y tres días para morir. Implosiones de almas, miles por día. Playa Girón y yo en los ochenta pretendiendo que le entendía a la letra de esa canción. Eso era antes, cuando los veranos no eran tan calientes y los otoños eran otoños. Cuando Fito sufría. Cuando era un ingenuo, cuando yo era un chaval.

Un reseteo  de todo. Búscame lo que quieras aquí lo encontrarás, tengo poderes. Tengo el saldo de indulgencias plenarias a mi favor, traigo el fuego transparente atrás de mí, adentro.
Que loco. Que cagado. Hasta que gane. Ahí me mirarán y dirán que es suerte; ahí me miras bien y lloras, chillas pero con madre.

Que la pecera tenga filtros como lo de la Nasa, que tenga marea, que me provoque nostalgia. ¿Te cuento un cuento? ¿El tiempo en un bar es real?
Se me antoja decirte cosas raras, algo que nadie te haya dicho. 
Recuerdo un amigo que decía que nuestra amistad duraría toda la vida, pero eso no existe. Ni el amor, ni los amigos eternos, mucho menos los mejores amigos. Hay demonios y ángeles, unos buenos, otros locos y viceversa.

Un acercamiento a tu clavícula. 
Aguántame doce segundos la mirada. Pierdes por mil. Nunca cambies, no vales madre.
Que el tiempo me la pelara.
Que ganara con el fuego.
Que sí te coma la boca.
Que nunca olvide el dolor.
Que siempre no recuerde nada.
Pasado pisado, presente de frente… futuro en tu boca.
Un Bitter para los lunes en la mañana, para superar la mierda de tus mentiras.
Siempre sobreviviré hasta que muera; entonces siempre gano. Siempre es hoy.
Nadie nunca cambia.
Ni siquiera aceptaría en la pecera a una sirena que hablara sueco y tuviera piernas.
Shakira en mis sueños, en mi cama, dándome un premio, tú aguanta, tú cree. 
¿Quien te crees que sos?
No vendas espejos. No hables. ¿Por qué? Porque lo digo yo. Porque ya encontré donde nace el arcoíris. Ya sé cuando se va a secar el mar. Yo sé cuando cargaré onzas doradas. Yo sé. Yo creo. Porque sí. Porque soy yo.
¿Pero por que? 
Nada.
Dilo.
No.
Que la mierda.
Sí, mierda desde el fondo del mar hasta los montes  de la luna.
Que vuelen romeros incendiados.
No tengo nada que perder, no es cierto, tengo tres soles metidos en mis células.
Me dan oxígeno. Me dan todo.

93,92,91……..¡Pum!

Kato Gutiérrez, © 2023

Juguemos a algo

Quiero una suave revolcada.
Una suave enredada de piernas entre sábanas.
Que sin querer me jales el cabello para sentir un placer extraño
Que en ocasiones las risas cubran la música de Fito, pero que podamos llorar.
Que se nos abra la boca, las piernas y el corazón. Que nos digamos todo.
Porque no siempre vienes y no siempre estoy. Y cuando estoy no estás. Y cuando estás me fui. Porque el destino es un payaso.

Que juguemos a algo. Quizá al silencio. O a contar mis lunares. O hacer constelaciones con tus pecas. O a que me pintas dibujos en mi antebrazo, o en mis manos aunque duelan. Aunque no me quieras lastimar. Aunque tengamos miedo. Tú entierra el plumón, la aguja. Píntame unas líneas para psicoanalizarte. Aunque ya te conozco, con solo ver la forma en la que tomas el teléfono sé a quien le estás escribiendo. Con ver en la manera en que abres la boca al iniciar una frase ya sé si es es un reclamo, un poema, o la petición de que vaya al mercado a comprar masa para pan y vino.

Juguemos a embarrarnos con la lengua sal en grano en nuestras espaldas, algo así. Un juego que no exista. No tiene que ser sexual o quizá sí. Ya sé que todo acaba, me dijiste, escucha aquella canción de Calamaro, completaste. Y yo no estaba pensando en eso. Yo miraba cómo tenías pintadas las uñas de los pies, un color rojo mate que hacía que no las pudiera dejar de ver, ni siquiera tu tobillo lograba distraer mi mirada. Un rojo mate inmaculado. Y se nos pasaron los meses o los años, o los segundos, aún no le entiendo. Se nos atravesó un mar.

Juguemos a querernos suave con los ojos abiertos, mirándonos. El que parpadee pierde, no eso ya está muy trillado. El que bostece elige el beso. El que acierte el número de olas en los siguientes diez minutos. El que prediga la hora exacta cuando al sol se lo trague el mar. El que con su dedo meñique le provoque una exhalación de placer al otro. No sé si quiero perder o ganar. Una vez me dijiste que conmigo todo era raro y yo me sentí orgulloso, pero a ti no te pareció divertido. En verdad lo pensabas y yo también. Y discutimos, pero como quiera cuando te abrazaba mi mano quedaba perfecto en el surco de tu espalda baja, como si tu columna la hubieran hecho para mi mano, o al revés. Y se sentía caliente, decías. Imaginaba que sería ponerte el sol en ese surco, aunque luego decías que te dolía, el sol siempre quema. No todo lo que duele es malo. Nacer duele y a veces morir es placentero.

Juguemos a desaparecer el tiempo, los mapas. Juguemos a hoy. O que siempre es domingo a las siete de la tarde y nuestras manos son libres. Que nuestra mente controla los mapas de Google. Que en España nos conocemos en una ciudad con playa, sobre una banqueta te paro simulando estar perdido con tal de sacarte platica. Que luego, esa misma noche, dormimos en una carpa frente al mar en una playa del Caribe Mexicano. A que te conviertes en gitana y con una falda larga de seda multicolor bailas al lado de la fogata mientras la marea canta los coros. Imagina que cantas bien, no te rías, no reclames, déjame seguir escribiendo.

Juguemos a no preguntar. A que le tomamos fotos a animales salvajes y tu descubres un gorila en Las Vegas y me invitas a cenar frente a un lago artificial en donde simulan un pueblo de Italia y la gente queda idiotizada por unos chorros de agua que bailan al ritmo de canciones mediocres de pop americano, mientras yo me humedezco por ver tus ojos verdes como las hojas de un encino. Estos ojos de una desconocida a quien estoy conociendo….de nuevo….porque nunca dejamos de renacer. Porque morimos cada noche. Porque siempre volvemos a donde tuvimos un orgasmo.

Juguemos a que podemos tocar cualquier instrumento, yo elijo el piano, tu sonríes complaciente porque ya sabías lo que iba a elegir. Y acertaste, y con ese murmullo sensual tarareaste la canción de esa banda de rock de los setenta, la que conocí al vocalista en su concierto y me mandó unas cervezas entre una canción y otra, y tu me creíste esa historia. Tú siempre me crees. Me gusta como tuerces la boca cuando te gusta alguna línea que te escribo y que por fin no suena a cliché. 

Juguemos a que escuchas todas mis playlist y yo leo todos tus escritos. Juguemos a vivir un poco, a creer que el fuego va a llegar. Juguemos con las lenguas, ya a la chingada. Nos podemos morir cualquier martes de insomnio. 

Juguemos a que la montaña nunca termina, a que siempre nos encontramos. A que la poesía se nos sale sin querer. A que admitimos que si morimos esta vida ganará.

Me caes bien.

Kato Gutiérrez, © 2023

Esas cosas simples

Esas cosas simples.
Como una chispa traicionera.
Como una luna tapada por nubes cargadas de lágrimas contaminadas.
El aire era de otro sabor.
Un loco soñador quemándose.
Como una rima incompleta. Como la página 28 en blanco en plena primavera.
Como arder lento. Trepar los decibeles de un grito que parecía imposible.
El cuerpo en fuego. Un latigazo de lumbre a dos centímetros del escroto me hace pensar que para morir también hay que tener suerte.
Como no se sabe una mierda mientras arde tu cara y tu alma.
Como tanto odio metido en un fa sostenido lleno de sombras.
Las rodillas nubladas.
Humo y gas en mis pupilas. Perdido.
No entender nada. 
Una foto que inyecta adrenalina que salva.
La vida en un volado, en un cerrojo.
Sentir que estoy muriendo.
Morir solo. Morir hoy.

Esos detalles. 
Cientos de poemas. Ángeles de alas azules. 
Unos ojos cubiertos por lentes de sol.
Como una clavícula inolvidable.
Como un vendedor de agua de jamaica tibia.
Un abrazo con un desconocido que me regala un consejo con olor a tabaco.
Como no saber una mierda de nada.
Como morir de pronto un martes cualquiera.
Esas cosas simples como unos dedos en el cuello, buscando el pulso, o regalando placer.
Como pintar un corazón con las pestañas.
Como unir dos palabras ante todo pronóstico.
Como cagar en el mar.
Como mear en un jardín.
Como encontrar alegrías en una guitarra que nadie ha tocado. 
Como tatuar mis iniciales en mi aorta con una aguja vieja.

Una respuesta a un grito de auxilio.
Una voz extraña entre la neblina regalando esperanza.
Una güera desconocida embarrándome la humanidad entera en un abrazo.
Porque las manos no son las mismas. Ni las otras ni las mías. El fuego me las arrebató.
Olor a carne quemada, a gas, plásticos retorcidos. Corazones transfigurados. 
Me rodean las sombras, luces rojas y azules. 
Me regalan otro trago y dos ilusiones. Me dan un teléfono en la mano. 
Porque sigo creyendo en mí. Porque sí.
Por miles de oraciones que aparecieron, rodillas talladas.
Una estampa con una oración que aparece abajo de la puerta.
Como Monterrey sin montañas.

Las cenizas huelen a pasado.
No todo se quemó. La esperanza tiene coraza dura.
Morirse es algo solitario.
Cómo creer que estaré mañana, y entonces borro el mensaje. Y entonces me callo. Me contengo. Porque olvidamos el motivo de nuestro afán diario.
Porque el amor, si es que existe, duele, a veces.
Como girar y no encontrar mas que lenguas de fuego.
Como regresar y encontrar la puerta abierta.
Como herida que llora.
Como desear te de manzanilla chuparte. Como las luces de tus nudillos.
Como el aire desaparece y se pinta de rojo, de negro.

Como una mujer que levanta un perro como si fuera un pájaro y te regala una sonrisa llena de calma.
Como un desconocido se convierte en mejor amigo en segundos.
Como un correo al día siguiente te inyecta morfina.
Como un chocolate anónimo.

No quiero cerrar los ojos.
Leo notas en las estrellas.
Escribo poemas en el aire.
Hay ocasiones que lo mejor es callar y sonreír.
Ni un segundo banal.
Sobreviviente.
Vivo.

Kato Gutiérrez, © 2023

ALMAS SOLITARIAS

Almas solitarias por todos lados.

Todo pesa, cada vez cuesta más levantarnos de la cama.
Y nos olvidamos de nosotros, miramos alrededor, tímidos, encorvados por la losa que nos pusimos en nuestros lomos, como una piedra enorme de un cerro de Nuevo León.

Con la edad queremos encontrarle explicaciones a todo. Ignoramos sucesos tan improbables, pero reales, porque ni siquiera levantamos la mirada. Hay energía rondando alrededor de nosotros cagada de risa. Dejamos de creer en lo que sentimos. Muy de vez en cuando, en alguna noche brillante, sentimos una comezón en las venas, y lo achacamos al cansancio, a la edad, o alguna enfermedad, ni siquiera dejamos una probabilidad a que sea una luciérnaga, un rayo de sol, o un pedazo de arcoíris, o un recuerdo de una mirada.

Nos vamos fundiendo, vivimos cansados, vamos perdiendo fuerzas, pretendiendo cuanta mamada sea necesaria para que nadie nos cuestione nada. Para pertenecer al molde preestablecido, a lo que todos esperan de nosotros: Un solo sueño. Una sola profesión. Una sola religión. Una sola pasión. Un solo amor.

Colapsamos los domingos, o los miércoles, o cualquier pinche noche, por temor a todo, hasta a la felicidad. Somos presa fácil. Mañana será lunes, o cualquier día en todos lados. Habrá que levantarse, andar, seguir y sacar fuerzas de cualquier jodido rincón, del recuerdo, de la supuesta y mínima esperanza, de los sueños borrosos, del enorme deseo darle la contra a todos. De demostrar. De estar listo por si conoces al amor de tu vida, si es que esto en realidad existe.

Contamos cuervos. Hay elefantes blancos dentro de nuestros cuartos de cuatro paredes grises en donde no ha sucedido un orgasmo en años. Ignoramos segundos, instantes, inhalaciones, como si tuviéramos años asegurados.

No durmamos porque la noche nos va a matar.
Luchamos contra la gravedad, contra el mar pero no somos valientes para enfrentar nuestro interior. Exageramos recuerdos, los cargamos en el pecho, pinchándonos, jodiéndonos, adrede provocamos ese dolor para tener una excusa para explicar la cara caída que no logramos hacer sonreír. Metemos presión sobre las sienes por no aceptar lo que sentimos. Somos cobardes para dar brincos de fe, pasos ciegos. Porque nos da pavor darle el control al corazón o al destino. 

¿Entonces? Prestémonos nuestras bocas unos segundos aunque nos ahoguemos en pétalos y aliento a café. A ver qué pasa. Quizá se cae el cielo. Quizá desaparecemos todos los miedos. Quizá apareces el sol. Quizá creeremos. Quizá así nos conocemos. A lo mejor en tu lengua encuentro tu nombre y me descubro a mí.

Kato Gutiérrez @2022

¿UN CAFÉ?

No hay nada más ingenuo, ¿no? ¿O es un movimiento astuto?

Los astros y el tiempo alineados a la perfección. Hay señales que de pronto si tenemos el valor de captar, están en mero frente de nosotros, y ese día así fue. Intenté improvisar un verso en momento que los astros dictaban, pero la voz me tembló.

El momento preciso, el ángulo perfecto. Por primera vez los ojos de frente, el sol postrado en su rostro, y entonces empieza la tormenta de arcoíris y yo indefenso ante ese espectáculo de la naturaleza que el destino, los astros, el horario, los signos, las vueltas del planeta, la inocencia, el valor, la terquedad, el vacío, la soledad y/o la suerte provocó. ¿Quien chingados soy yo para cuestionar tanto sentir? Escucho una voz en mi interior que me dice “cállate y mírala” y de manera extraña obedezco. Extasiado. Mudo, para variar. Pendejo, para variar.  Pero me encanta como habla, parece que está declamando, de pronto se le mojan los ojos, y mis manos quieren esas lágrimas. Mantiene la mirada como si fuéramos estatuas. 

No existen los amores de toda la vida, esas son ideas impuestas. Existen las partículas, las moléculas, la química, las chispas, el sol, las retinas sublimes, los ojos que cambian de color dependiendo si en ese instante el sol es digno de invadirlos. 

Y la suerte me sigue acariciando, de pronto surge un momento mágico en que no hay que decir nada. Nada. Solo estar callados ganchados de los ojos, y apenas lograr respirar. Nada es eterno. No hay respuestas para todo. Disfruta la magia repentina. Confía, como un rayo valiente que le gana a una tarde nublada, la perfora y toca algunas almas.

Unos aretes perfectos, un vestido sublime. Un aroma robado de una pradera sueca. Mi mano queriendo arrancarse de mí para acercarse a ella. Millones de voltios en las articulaciones. Ella con sus piernas cruzadas, hombros descubiertos, dueña de todo y yo totalmente vulnerable. Vulnerable. Vulnerable. Valiendo madres. Valiendo madres chingón.

Vuelven los ojos húmedos. Coincidimos acordes. Resumimos décadas. Confesiones. ¿Por qué es tan hermosa? ¿Por qué nos contamos lo que nos contamos? ¿Por qué simplemente se siente tan bien estar cerca de ella?

No sé nada. Siento un chingo. 

Sólo ven, cree, dame la mano, para que lo compruebes, y empieza a quererme un chingo.

Kato Gutiérrez @2022

OJOS QUE GRITAN II

Y llega y todos los focos parpadean.
Vibra muy alto. Doce botellas truenan, apenas mis arterias soportan.
Es un meteorito cayendo con furia. No entiendo el aura que le persigue. 
Su voz tiene un tono que no puedo describir, pero me provoca calambres en mi nuca.
Me mira como si fuera la última vez, siempre quizá lo es. Siempre quizá lo es.
El brillo de sus ojos cegándome. Todo en tan poco tiempo.
No hay misericordia, solo son segundos para reaccionar, pero siempre he sido un pendejo, otra vez me quedo inmóvil.
Tanto por decir y yo abrumado por la sorpresa, por la velocidad del tiempo.

Da y quita y eso enloquece. Va y viene. Se me ocurren doscientas preguntas, pero ante mi falta de valor y cómo su aroma me controla, ya mejor no intento decir nada. Yo solo quiero treparme a sus ojos.

El abrazo corto acaba y me derrumbo. 
Y tiemblo. Y no supo. Y no supe si ella tembló. Eran unos metros para cambiar el rumbo de la noche, pero de nuevo se fue sin decir nada.

Y no tiene idea de lo que provocó, y está bien. Y no tiene idea que me regaló el insomnio, y está bien. Quisiera saberme frases de Benedetti, para lograr que se quede unos segundos más, pero se fue.

¿Qué haces con esos gritos que te rompen los ojos al declararte que aunque solo estuviste unos segundos a su lado y jamás la vas a olvidar el resto de tu vida…jamás.? ¿Qué mierdas haces con esa impotencia? ¿Dónde hay grupos de ayuda para este dolor?

Dylan, Los Rollings, Sabina, Cerati, nadie me contesta, todos me mandan a buzón; de ella ni su teléfono tengo.

¿Y qué hago con la bomba que metió en mi pecho?
¿Y qué hago con las luciérnagas que inyectó en mis venas?
¿Y con sus pómulos prepotentes? ¿Qué hago con esta poesía hecha lodo en mi traquea? ¿Cómo me ato los dedos?

Se fue. Vuelvo al precipicio oscuro, destrozado, pero de nuevo alcanzo a sonreír. Porque aunque voy en caída libre, sé que su aroma jamás se despegará de mi antebrazo izquierdo y el eco de su voz se quedará atorado por siempre en mi tímpano.

Todos tan solos. Todos fingiendo.Todos cerrando los ojos al coger, al besar, al soñar, porque la realidad esta gris, borrosa y confusa…yo no tengo que cerrarlos, porque sigo cayendo en este precipicio oscuro en donde no veo nada, pero al pensarla me emociono; en donde no hay nada, pero a veces siento su presencia, en donde de pronto, se me aparece su silueta….la cual nunca he tocado.

Otra vez se fue sin saber que dejó el lugar lleno de luces multicolores.

Kato Gutiérrez, @2022

OJOS QUE GRITAN

Llegó, dijo su nombre y mis oídos se llenaron de atardeceres. Me gustaría quedarme toda la noche a platicar, dijo con una sonrisa tímida. Ahí se me perdió todo el abecedario. Me sujetaba de sus ojos llenos de estrellas.

De pronto dijo una frase de Cortazar y palpité dos veces al mismo tiempo. Quise recordar algo de Bukowski para pretender que sabía algo de literatura, pero el lienzo que armaban sus cabellos negros me derrumbaron la paz. Cuando me preguntó si tenía nombre yo pensaba que quizá moriríamos esa noche. Un borracho en un auto deportivo, un presidente lanzado un misil. Unas pastillas de más. Un coágulo traicionero. Y pensé de qué había servido todo. De qué mierdas habían servido todos los días de mi vida previos a ese instante en el que de pronto ella murmuró que le gusta cómo la verdad incomoda.

¿Por qué nunca nos habíamos visto? Porque el destino es cruel. ¿Y si nos atrevemos a ser honestos? Me preguntó como si lleváramos años de conocernos. Yo trataba de calcular la probabilidad de que una mujer así de hermosa estuviera conmigo ahí, pero cuando me pongo nervioso también batallo con las estadísticas. Todo era tan improbable, pero ella clavaba sus ojos en los míos y me dejaba cicatrices en las retinas mientras dudaba si todo era un espejismo. Nunca nos rozamos, pero hubo chispas. Le quise decir que su sonrisa estaba llena de fuegos artificiales, pero no pude, nunca he sido bueno diciendo lo que pienso. Me sudaban las cejas. Y el tiempo me clavaba un cuchillo. Dio un trago a su bebida y dijo que se iba. Yo me sumergía en un volcán para buscar valor para decirle que me gustaba mucho estar con ella. Que no se fuera. Que se sentía fuego en los centímetros que nos separaban, pero no pude. Pasaron unos segundos en silencio hasta que me tembló la voz cuando dije algo que ni siquiera yo entendí y ella aventó una sonrisa amplia y el lugar se llenó de veranos.

Por unos segundos agachó la mirada y pude ver sus hombros. Un foco parpadeó.

Encontré un lápiz y en un papel garabateé algo en donde según yo le pedía su número de teléfono. Tomó el papel y se fue sin decir nada.

Y yo me fui a un precipicio oscuro, pero mientras caía sonreí, porque entendí que no se puede negar lo que gritan los ojos, capté que a veces el destino cede un poco, y regala momentos mágicos.

Nunca supo cómo su silueta me salvó. 

Kato Gutiérrez @2022

QUIERO UN DATE CON DUA LIPA

Hoy hay un pendejo en Inglaterra con insomnio. Desde hace cuatro años sufre gastritis, jaqueca, urticaria y dolor de espalda baja.

Es un puñetas. Hace nueve años Dua Lipa moría por él. Un día se cruzaron en el pasillo de esa preparatoria de Londres, ella le dijo lo que sentía, pero el estúpido le contestó que estaba muy flaca y muy fea. Eres abajo del promedio, le dijo con acento inglés más mamón de lo normal. Para acabarla de chingar, para que pareciera película, luego le dijo que no había nada, absolutamente nada interesante en ella.

Esto ahorita me provoca muchas dudas. Hace que me cuestione muchas cosas: ¿Por qué no sufre más enfermedades este pendejo? ¿Cómo puede existir alguien tan imbécil? ¿Cómo ha podido sobrevivir desde aquel día? Me imagino como le da reflujo cada vez que ve una fotografía de ella en la que, para variar, desparrama erotismo en cada milímetro de su cuerpo, hasta en las cejas.

Pienso cómo ha de poder dormir este hombre. Me pregunto cuántas veces se ha dicho a si mismo lo puñetas que fue. También he pensado en otro idiota de esas épocas, aquel que le inventó el apodo “Duali Lali” y que luego se reía como asno ahogándose mientras recibía aplausos de sus catorce súbditos panzones y de cachetes rojos.

¿Y qué me dices del maestro de canto de esa preparatoria en las afueras de Londres? Ese mismo señor que le dijo que no sabía bailar y que no tenía voz. ¿Eh? ¿Qué podemos pensar de ese ser que hoy que ha de estar envejeciendo en charcos de orina, con su cabeza sin cabello y su panza enorme llena de pelos blancos? Dime. ¿Qué más podemos pensar de él?

¿Y qué me dices del maestro de baile de esa preparatoria? Ese anormal que la corrió de su clase diciéndole que no tenía gracia para mover su cuerpo. Oh, Dios mío. ¿Cuántos pendejos había en esa preparatoria?

La verdad, pienso que el más puñetas de todos es el que la bateó. No me gustas, le dijo. Merezco alguien más guapa, y ella, en aquel pasillo de la preparatoria de Londres giró y se fue avergonzada por haberle dicho que lo quería. Ay, Dios mío, ten misericordia de ese hombre. No se sabe lo enormemente pendejo que puede llegar a ser uno a los quince años.

También se me anda atravesado por mi mente el dude con el que anda ahorita. De seguro es un puñetas, todos lo sabemos, los dichos perduran por algo. ¿Cómo se conoce a la gente famosa? Supongo que si no eres famoso, tienes que conocerla antes de que la fama le llegue, ¿no? ¿Y si el piloto de su jet privado no puede dejar de pensar en ella? ¿Y si el cartero inventa cartas para ir a diario a su casa y ver su silueta en una ventana? ¿Y si su entrenador personal está enamorado de ella? ¿O los entrenadores personales no se enamoran? ¿Y si su cheff se masturba pensando en ella? ¿Y si al quitarse ese leotardo verde fosforescente ella mira su cuerpo y se acuerda de aquel pendejo? ¿Y si al final de cada noche, después de cada concierto masivo, llega a un cuarto vacío? ¿Y si al acostarse en la cama sola, piensa en lo mismo que yo, teme lo mismo que yo? Como hoy aquí en Miami después de su concierto. Ven Dua, yo veo cosas que nadie ve en ti. Ven Dua, vení aquí. La soledad no nos hace bien. Hagámonos bien. Ven, quiero un date contigo. No me sé todas tus canciones, pero me sé todas tus líneas.

Kato Gutiérrez, ®2022

TE REGALO TODAS MIS PLAYLISTS


Aquí estoy parado para que me partas los sueños, estoy a expensas de tus siguientes palabras. Por lo pronto seguimos perdidos.
Suenan rolas de rock en inglés pero no le entiendo toda la letra, entonces murmuro, como cuando quería improvisarte un verso mientras te chupaba la oreja pero me ganaba la risa. Prendo una vela, me quemo la mano izquierda y me acuerdo cuando cocinaba para ti o cuando hacías café meneando tu cadera sin misericordia por toda tu cocina a la que le entraba el sol por todos lados. Me acuerdo de tus sonrisas cuando extendías los brazos para entregarme la taza de café, también la manera en que clavabas tus codos en mis hombros mientras metías tu lengua a mi boca. Recuerdo muchas cosas que hoy me duelen. Según tú, en diciembre la cama no se debía de usar para tener sexo, eso era algo de las cosas raras que decías, pero me gustaban. Me gustaban tus cosas raras. Tus tics. Tu aroma indescriptible. La manera en que movías los palillos chinos cuando comías arroz.

No lo sabes, pero en la noches mi manos desparecen, quizá ya no te interesa saberlo. Quizá dirías que esta línea no tiene sentido, a lo mejor es cierto. Luego pienso que después de tanto tiempo es imposible que recordemos lo mismo. Me acuerdo cuando un día te dije que te acercaras, que te estabas peleando con mis ojos, diste unos pasos y sonreíste mientras me preguntabas si iba a escribir esa frase. Y ahora aquí estoy solo, escribiéndola mientras recuerdo el olor de tu cabello y le doy un trago a un vaso de agua de jamaica que lleva tres días en mi escritorio.

Hagamos la acrobacia mortal, improbable e imposible que embarre nuestras bocas. Choquemos nuestros dientes, que se quiebren. Tallemos nuestras rodillas. Lo que digas, pero regrésame algo de oxígeno. Ya perdí la cuenta de todo. 
Estoy destruyendo el calendario. Déjame borrar diciembre o marzo. 
Quiero desaparecer esa mañana en que te fuiste, en donde parecía que tenías la razón, pero nunca la hemos tenido cuando pensamos.
Trato de convencerme que esa mañana no sucedió, pero estoy indefenso ante los recuerdos que son cuchillos directos al cuello, luego volteo a todos lados y no estás y me ahogo con mi saliva. No estás en ningún pinche lado. 
Déjame salir de esta mierda. Déjame unos gramos de esperanza.
Te regalo todas mis playlist, sólo regresa.

Kato Gutierrez, © 2022

DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA II

Aún era Madrid. Aún éramos tú y yo.
Ahora en un parque donde el sol se regodeaba en lo imposible de tu cuerpo.
Tú con unos pantalones negros y una blusa sin mangas. Yo no recuerdo nada de mí. Te sentaste con las piernas abiertas. Te meneabas. Juraba que tu pelvis me gritaba, pero tú hablabas de problemas que yo no quería escuchar. 

Tu cabello era irreal, cada hilo amarillo era una provocación, murmuraban gemidos. Tomábamos café. Era una mañana de algún día. Yo sólo quería hablar sobre tus ojos. Intentar hacer magia. Pero no parabas de hablar. Y yo perdido en tus hombros desnudos. Quizá estabas diciendo todo lo que tenías que hacer. No tengo ni una idea de lo que hablabas. Estaba inmóvil ante tu pose. Tú, reina del lugar. Las piernas abiertas gritándome que era un pendejo por no tirarme sobre ti. Y sí lo era. Tus hombros desnudos haciendo coro a la declaración de las piernas. Y yo que no podía ver tu mirada triste porque traías lentes oscuros.

Creo que preguntaste a qué me dedicaba. Tu voz era un hechizo. No entendía nada. Quizá hablabas ruso. Tal vez dijiste que me recordarías por la forma en que te abracé y yo que no podía dejar de pensar en lo que hicimos en el piso del cuarto del hotel.

Con el rumor cercano de los peatones de Madrid que siempre me han sonado familiares recordé cuando te tuve contra la pared y la mancha de sudor que ahí dejaste. Perdido, recordé como gemías. A lo mejor me hablabas de planes. Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo. Y yo no supe qué decir. Yo había olvidado mi mundo.

Pregunté algo y dijiste que no podías responder eso. No hagas preguntas, contestaste. No seas como los demás. Ahí volví un poco a mi mundo, al Madrid que de pronto me olió diferente. A lo lejos se escuchaban gritos y palabras de personas felices. Me propuse nunca más hablar. Pero esas piernas abiertas escondidas en tela negra ahí seguían, las abrías y cerrabas con un meneo desafiante.

Decías que en Costa Rica había ríos y tirolesas enormes, y yo no podía dejar de recordar el surco de tu espalda baja, y cómo mi mano se había acomodado ahí la noche previa.

Me dijiste que no hablará de futuro, pero yo quería hablar de lo pasado, de cómo te había creado sonrisas con mis manos. De cómo nos habíamos despertado en la madrugada sólo para ver nuestros cuerpos llenos de salitre. Para hablar de lo que hicimos en el piso. De nuestras rodillas talladas. Para ver la luna en silencio.

De pronto dijiste que te irías, que regresarías a Costa Rica y en ese momento me cayó una tormenta de mierda de todos los putos pájaros y cuervos de Madrid. Pensé que nunca iba a poder olvidar tu nombre. Escupí el café. Quería dos mil tragos. Y tú sonreías tranquila. Fluías mientras yo estaba atorado en ti, en esa mierda de aves, en ese Madrid que hedía putrefacto con tus palabras que me habían explotado en mi cara.

Tuve el valor de preguntarte ¿después qué?, suspiraste y meneaste la cabeza, yo recordé como moviste tu lengua la noche previa. Y pensé que todo era una putada. Iba a buscar a cuantos kilómetros estaba Costa Rica, pero sonreíste y dijiste que no hiciera eso mientras pusiste tu boca en mi oreja y tus uñas en mi nuca. ¿Después qué?, repetiste, mientras exhalabas un aliento cargado de millones de gardenias que restregabas en mis ojos tímidos. Te veías indestructible mientras yo me derrumbaba. Me llegó la idea de hablarte de usted, pero por suerte no lo hice. Imponías. Nunca hay después, dijiste. Millones de putos cuervos madrileños se burlaban desde todos los árboles del parque. Y yo que moría por chupar tus hombros.

Prometimos no hacer el momento más trágico, pero obvio mentí. Mencionaste que no era necesario tanto drama, que éramos adultos. Envidié tu simplicidad. Me distraje captando que a partir de ese momento vería tu rostro en el de todas las mujeres. Tu fantasma me seguiría en cada cama. En cada rosa. En cada sonrisa.

Pusiste tu mano en mi pecho mientras decías algo que para variar no entendí. Ya era de noche. Millones de luces parpadeaban. Todo se movía. Palmeaste varias veces mi corazón. Anda, ve, dijiste con aplomo mientras lloraba como un chaval.

Me fui deambulando. Jalando aire y mocos. Caminé como borracho durante toda la noche. Madrid vacío. Parecía otra ciudad a la de aquella noche en que nos conocimos en un bar. El silencio apestaba a promesas fallidas. Dos luciérnagas pasaron cagadas de risa.

Ahora vivo de una forma extraña. Abrumado por sonido del dolor. Recuerdo cómo movías tus piernas escondidas en esos pantalones negros. Sólo pienso en ti.

Kato Gutiérrez, © 2021

DIJISTE QUE ERAS DE COSTA RICA

Fue en un bar de Madrid. Dijiste que eras de Costa Rica. 
Dos cervezas en la barra. Tu cabello me encandilaba. Lo imaginé empapado. 
Me quede callado y pensé una larga historia en la que con los ojos nos entendíamos.
Mojé mi boca con cerveza, fantaseé que era tu sudor.
Sentía conocer esa sonrisa. Me dio miedo que fuera un sueño.
Dijiste que eras modelo mientras sonaba una canción de Andrés Suárez.
Vi como acordes en tus ojos. Quise acercarme, pero sólo pude moverme unos centímetros.
Olías como a una canción. 

Estaba en Madrid, en un bar con una modelo de Costa Rica.
Dijiste algo arrastrando lento y suave las erres y mis rodillas suspiraron, además, no entendí nada. Estaba distraído calculando cuanto tendríamos que caminar para llegar a mi hotel. Contaba las sílabas que tenía que juntar para invitarte. Pero no lograba salir del hechizo de tu boca amplia y de esos dientes tan blancos, tan improbables. Me escaseaba la audacia.

Se me ocurrió pintarme mi cuerpo por ti. Claro que me rayaría tu nombre en mi antebrazo. Era Madrid. Eras tú. En la segunda cerveza dijiste que preferías la música de Ismael Serrano. Yo intenté acordarme del nombre de algún trovador mexicano, sobre todo el que en una canción dice algo de unos brazos de sol, pero tu jeans rojo y tu simple tshirt blanca eran imponentes. Pensé decir que te inventaría una vocal. Consideré ponerme de rodillas y murmurar algo como si fueras una virgen, pero nunca he sido bueno para la poesía.

Supuse que alguien te extrañaba, pero decías tener un clóset grande, blanco, con pisos de madera, lleno de focos y espejos. Cientos de zapatos, eras modelo. Pensé en los miles de hombres que han muerto por ti. 

Preguntaste por mi hotel y lloré. Miré a las esquinas del techo buscando cámaras. Alguien cómo tú y alguien como yo. Aseguraste que ya me habías visto en otra vida. Entonces dudé más. Decías que te gustaba mi olor. La cerveza hacía brillar más tus labios rosas y delgados. Cuando hablabas yo escuchaba canciones. Y movías la cabeza para echar tus largos cabellos atrás de tus hombros. Y yo queriendo ser tu espalda. Y yo con la quijada dura y los cachetes calientes.

Tenía sed. Ha de ser la suerte que deshidrata. Pensé que era más probable que entraran Sabina y Milanés a que tú estuvieras ahí conmigo. Tan alta. Tan bella. Tan flaca. Pensé en decirte perfecta después de la quinta cerveza, pero me dio medio equivocarme, tartamudear y acabar diciéndote pendeja. He perdido tanto por hablar, entonces busqué los silencios. Escuché cantos de delfines mientras imaginé chuparte tu oreja.

Pediste la cuenta cuando ponías tu mano tibia sobre la mía. El barman tampoco lo creía. Me mató con sus ojos españoles. Nadie podía creerlo. Dudé cómo sonaría si te decía nena, mientras te regresaban tu American Express. Dijiste que te encantaba mi plática y yo no sabía lo que estaba sucediendo.

Tus cabellos amarillos sobre las sábanas blancas parecían una obra de arte. En mi mente había música. Vi botellas de Champaña, y unos cigarros light. Trataba de salir de mí para vernos de lejos, mirar esa imagen tan irreal y grabarla en mi memoria. Alguien cómo tú en mi cama. Era tan injusto que tuvieras pecas en tu pecho. Y unas pestañas tan curvas y tan grandes. Y una sonrisa tan ingenua. Y tú tan exacta. Tan precisa. Tan perfecta. Creo que vi un tatuaje minúsculo. Y por algún motivo decías, entre risas, que yo hacía todo bien. Yo no recordaba mis palabras, ni el color de tus ojos. Sólo tenía tanta fe. Trataba de seguir haciendo lo mismo, sin saber lo que era. Esa cuenca arriba de tu boca. Tu pelvis simétrica. Ese tímido lunar en una de tus mejillas.Tus piernas tan largas. Decías que eras modelo. Intentaste contar cuantas fotos te habían tomado mientras reíamos como jóvenes. Levantamos las piernas al techo. Nos embarramos los cuerpos. Jugamos a ser otros. Tiramos las sábanas al piso. Sentí que eras un bosque cuando salió el sol y estabas sobre mí. 

Dijiste que eras de Costa Rica. Dijiste que eras modelo.

Kato Gutiérrez, © 2021